domingo, 18 de febrero de 2018

ONIRICO

La rata o ratón, prácticamente salto sobre mi desde la alacena mientras servía mi leche atardecida. Solo el reflejo condicionado por el terror que me produjo su brillo filoso en la penumbra, hizo que mi cuerpo tumbado esquivara el rápido movimiento producto de, justo es decirlo, su propio miedo, solo que solo conozco el mío, un poco, el del animal, siempre teñido de prejuicio humano, solo una intuitiva creencia de horripilante animal sin control biológico por extinción de las comadrejas y castración de los gatos del vecindario.
La sugestión fue terrible, no dije nada al acostarme, no quise que me gritaran, como siempre, que todo estaba controlado, el veneno carmesí en perlas, era infalible. Esa noche el Dios Rata vino junto a mi con sigilo omnipresente, como hacen todos los dioses, con vos tenue no exenta de firmeza, igual de brilloso pero inmensamente alto, por dos hechos coadyuvantes: caminaba en dos patas y yo me encontraba echado de lado. Come, come y serás mi hijo. El chirrido metálico del cielorraso que producía su vos  al tiempo que próxima me despertó sin poder respirar. La bocanada de aire viciado, dolor de pecho mediante, logra recobrar mi conciencia, con la secreta felicidad de vivir, pero era tarde, la profunda bocanada de vida, había empujado muy adentro los primeros granos.
 Mañana, muy temprano, alguien me encontrara, rígido y frio, como niño que duerme afuera para agradar a su madre.

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